Los científicos que examinaron el ejemplar explican las circunstancias del deceso después de recibir correos electrónicos acusándolos de «asesinos de almejas». Advierten de que cualquiera puede comerse un molusco igual de longevo en una sopa
La historia de la muerte de la almeja «Ming», el animal más viejo del mundo, unos 507 años, a manos de sus investigadores ha conseguido captar la atención de medio mundo hasta el punto de convertirse en una absurda y surrealista trama de novela negra. Ante las quejas de algunos enfurecidos amantes de los animales y la aparición de algunas interpretaciones erróneas del suceso, los científicos que examinaron el ejemplar, de la Escuela de Ciencias del Mar de la Universidad de Bangor en Gales (Reino Unido), se han visto obligados a hacer público un comunicado con algunas aclaraciones al respecto. Aseguran que jamás tuvieron la intención de acabar con la vida de un ejemplar tan longevo, ya que antes de abrir la concha para examinarla, proceso en el que la almeja muere inevitablemente, no podían saber de ninguna manera su edad.
El viejo «Ming», de la especie Arctica islandica, fue recuperado en 2006 durante una campaña en aguas costeras islandesas que formaba parte de un proyecto de investigación sobre los cambios climáticos en los últimos 1.000 años. Estas almejas resultan muy útiles en este tipo de estudios, ya que contienen registros muy significativos de los cambios climáticos marinos incrustados en sus conchas.
Para llevar a cabo la investigación, los científicos recogieron especímenes vivos y restos de conchas en un número «restringido con el fin de garantizar un impacto mínimo en las poblaciones», explican desde Bangor. «Ming» fue recogida junto con muchas otras almejas y «como que es imposible determinar la edad de las almejas hasta que se han abierto sus conchas, no había indicios de su avanzada edad», prosiguen.
Los investigadores insisten en que «la idea de que sabíamos de antemano que era la especie más longeva y fue destruida deliberadamente es claramente incorrecta». James Scourse, profesor de Bangor, incluso reconoce a la BBC: «Hemos recibido correos electrónicos acusándonos de ser unos asesinos de almejas». De locos.
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